PESAJ

La muerte de Jesús no fue  producto del azar sino que respondía a un plan divino cuyo origen se encuentra en la eternidad. Ese plan incluía la muerte de Jesús durante la pascua judía.

No se puede entender adecuadamente la obra de Jesús de Nazaret sin apreciar que esa obra hunde sus raíces en el Antiguo Testamento. Todas las acciones y enseñanzas de Jesús destilan ese trasfondo veterotestamentario sin el cual no pueden ser comprendidas en su justa medida. Y esto resulta particularmente cierto en cuanto a la mayor de las obras de Jesucristo, su propia muerte. Puede resultar paradójico considerar la muerte de Jesucristo como su obra, pero es así como los Evangelios presentan su muerte. No como algo que le ocurrió inesperadamente o accidentalmente, sino como la razón misma por la que vino a este mundo. En palabras del mismo Jesús: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mi mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí del Padre” (Evangelio de Juan 10:17-18).

La muerte de Jesús no fue, por tanto, producto del azar sino que respondía a un plan divino cuyo origen se encuentra en la eternidad. Ese plan incluía la muerte de Jesús durante la celebración de la pascua judía: “sabéis” dijo Jesús a sus discípulos “que dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado” (Evangelio de Mateo 26:2). Lo curioso es que los principales sacerdotes, escribas y ancianos de los judíos que habían determinado matarle no querían hacerlo durante la fiesta de la Pascua. Pero a pesar de sus deseos el plan divino prevaleció y Jesús murió en plena celebración de la Pascua.

¿Por qué tenía que morir Jesús durante la celebración de la Pascua? Para poder responder a esta pregunta tenemos que entender en primer lugar qué era la fiesta de la Pascua para los judíos. La Pascua era una de las grandes celebraciones del pueblo de Israel. En ella recordaban uno de los mayores acontecimientos de su historia. En esa fiesta se hacía memoria de la noche en la que Dios pasó por toda la tierra de Egipto, en la que ellos eran esclavos, para herir a todo primogénito de Egipto y juzgar a todos sus dioses. Los hebreos, sin embargo, fueron excluidos del castigo. ¿Por qué no fueron igualmente castigados los hebreos? ¿Por qué pasó Dios por encima de las casas de los hebreos? Dios pasó por encima de sus casas sin herirles porque ellos habían seguido las instrucciones que Dios les había dado. Esa misma noche cada casa hebrea había sacrificado un cordero sin defecto, el cordero pascual. Tomaron de la sangre del animal y la pusieron en los postes y el dintel de sus casas. Dios le había dicho: “yo pasaré aquella noche por la tierra de Egipto... y la sangre os será por señal en las casas donde vosotros estéis; y veré la sangre y pasaré de vosotros, y no habrá en vosotros plaga de mortandad cuando hiera la tierra de Egipto” (Libro de Éxodo 12:12-13). Es decir, la sangre del cordero pascual apartó la ira de Dios de sus propias casas.

Esa sangre y ese cordero eran símbolos que apuntaban a una realidad por venir. Cuando Juan el Bautista vio a Jesús dijo: “He aquí, el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Evangelio de Juan 1:29). El apóstol Pedro se refiere igualmente a Jesús como “un cordero sin mancha y sin contaminación” (1ª Epístola de Pedro 1:19), y el apóstol Pablo afirma, hablando de los cristianos, que “nuestra pascua es Cristo, que ya fue sacrificada por nosotros” (1ª Epístola a los Corintios 5:7). Cristo es, pues, la Pascua de los cristianos, y Cristo quiso morir durante la celebración de la Pascua para hacer más clara esa identificación entre el cordero pascual y su persona. Es más, esa muerte durante la Pascua nos enseña el significado más esencial y fundamental de la obra de Jesucristo. De la misma manera que la sangre del cordero pascual apartó la ira de Dios de los hebreos, de la misma manera la sangre que Cristo derramó en el Calvario nos libra de la ira venidera. A la luz de la Pascua judía podemos ver que la muerte de Cristo fue la muerte del inocente en lugar de los culpables y que de la misma manera que el cordero fue inmolado en lugar de los hebreos, así Cristo fue sacrificado en lugar de los pecadores. La Pascua enseña que Dios no es indiferente al pecado porque es santo. Pero la Pascua enseña también que Dios es amor y que por amor castigó a su Hijo en lugar de castigar a los que eran culpables. Como dice Isaías hablando de Jesús: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Libro de Isaías 53:5).

En estas fechas de Semana Santa es bueno meditar y profundizar sobre la obra que Jesucristo llevó a cabo en el Calvario. Será provechoso hacerlo a la luz del significado de la Pascua. Hay aspectos de la obra de Cristo que no gustan al hombre moderno. Por ejemplo, que la obra de Cristo signifique la remoción de la ira de Dios. Esto no gusta porque hoy en día no se cree en la ira de Dios. Pero tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo hablan con claridad de la ira de Dios, (Evangelio de Mateo 3:7 y 1ª Epístola a los Tesalonicenses 1:10) y nos dice que solo Jesucristo puede librarnos de la misma. ¿Cómo? Al igual que los israelitas creyeron a Dios y confiaron en la sangre del cordero pascual, ahora nosotros debemos creer que la sangre de Jesucristo nos limpia de todos nuestros pecados. “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Evangelio de Juan 3:36). Cree, pues, en el poder de su sangre para librarte de la ira venidera. Así estarás verdaderamente celebrando la Semana Santa.

Artículo escrito por José Moreno Berrocal y publicado originalmente en el periódico "Canfali" el viernes 11 de abril de 2003.
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