“La idolatría no consiste solamente en no obedecer a Dios: es poner todo el corazón en algo aparte de Dios” La única solución a la idolatría, el evangelio de Jesucristo y éste crucificado. 

Existen muchas y buenas razones para leer un libro de Timothy Keller. De entrada, sus escritos recogen sus atinadas reflexiones sobre la realidad política, económica y cultural de nuestra sociedad occidental. Esto, de por sí, los hace muy interesantes. Pero, sobre todo, el pastor de Nueva York tiene una rara habilidad para mostrar la relevancia de la Biblia para ese mismo mundo actual y, en particular, la pertinencia del mensaje del evangelio. Supongo que otro de los motivos por los que Keller me gusta tanto es que disfruta con autores que yo también encuentro de mucha ayuda y estímulo; entre ellos se encuentran C.S. Lewis y Jonathan Edwards. Pero en este libro, Keller deja aflorar su admiración por John Newton, el capitán de barco negrero que, transformado por la gracia de Dios, acabó siendo pastor y pieza clave en la conversión de William Wilberforce. En la página 181 se cita una carta de Newton, en la que podemos apreciar su profunda sabiduría pastoral y una muestra clara del porqué a muchos nos encanta leer la abundante correspondencia del autor de Sublime Gracia.

Dioses que fallan, que tiene como subtítulo las promesas vacías del dinero, el sexo y el poder, y la única esperanza verdadera, trata de un tema tan impopular en estos días como es el del pecado. Keller lo enfoca desde uno de los conceptos bíblicos que con mayor amplitud se refieren a la transgresión de la Ley de la Dios, el de la idolatría. Esto no significa que no haya otras perspectivas en las Escrituras para identificar lo que llamamos pecado, pero es la idolatría la que demuestra que el pecado es, esencialmente, oposición y sustitución de Dios. Es fascinante notar como Keller, siguiendo a Martín Lutero, cree que no solo el segundo mandamiento prohíbe la idolatría. El primero también lo hace. Como lo expresaba ya nuestro gran reformador y traductor de la Biblia, Cipriano de Valera: “En el primer mandamiento se prohíbe la idolatría interna y mental, y en el segundo, la externa y visible”. Asimismo, la noción de idolatría es un excelente punto de contacto con nuestra cultura, tan familiarizada con la idea de la adicción, la cual Keller conecta, acertadamente, con la de la idolatría. Pero ¿qué es un ídolo?, se pregunta Keller, y responde así: “es algo que es más importante para usted que Dios, cualquier cosa que cautive su corazón y su imaginación más que Dios, cualquier cosa que espere que le proporcione lo que solamente Dios puede darle”, página 19. La idolatría hunde sus raíces en la caída de la humanidad en Adán, por lo que está presente en la vida de cada ser humano, nos demos cuenta o no. Como ya cantaba Bob Dylan a finales de los años 70 del siglo pasado: “You gonna have to serve somebody” tienes que servir a alguien. Todos servimos a algo o a alguien, nos dice Dylan. Y, además, esos ídolos son muchos más de los que nos imaginamos. Como también enseñaba Juan Calvino: “nuestro corazón es una fábrica de ídolos”. Así, Keller menciona muchos tipos de ídolos, analizando el concepto desde muchos y sorprendentes puntos de vista. Incluso en las páginas 195 y 196 nos trae una lista de lo que Keller llama categorías idolátricas. Para entender bien la idea bíblica de la idolatría es, igualmente, importante subrayar que la idolatría toma cosas que en sí mismo no son malas, pero que, si se convierten en absolutos, se transforman en ídolos. Es decir, un ídolo es aquello que, si lo perdemos, nos lleva a la conclusión de que nuestra vida no tiene sentido. En las palabras de Thomas C. Oden: “… uno tiene un dios cuando adora un valor último, al que considera algo sin lo cual no se puede vivir feliz”, nota 9 en la página 184. Las consecuencias de la idolatría son letales. Los ídolos ciegan a sus seguidores y, finalmente, los esclavizan. El pastor de Manhattan advierte: “Los ídolos no solo distorsionan nuestros pensamientos, sino también nuestros sentimientos”, página 152. La idolatría nos coloca bajo el justo juicio de Dios.

Pero Keller no solo trata de investigar los variados rostros que de la idolatría nos presentan las Escrituras. También se ocupa de la única solución a la idolatría, el evangelio de Jesucristo y éste crucificado. Es por ello por lo que cada capítulo, aparte de un riguroso análisis de la realidad social de nuestro mundo occidental actual y de los ídolos que ha levantado, se centra en algún pasaje bíblico que incida en el tema en cuestión. Así desfilan ante nuestros ojos personajes del Antiguo Testamento como Abraham, Jacob, Zaqueo, Naamán, Nabucodonosor y Jonás. Todos ellos aparecen con el propósito de dirigirnos a Cristo y su salvación. Esto no puede sorprendernos puesto que Keller es discípulo, aventajado, del famoso profesor de Westminster Theological Seminary en Philadelphia (Pennsylvania) Edmund P. Clowney, conocido por enfatizar la importancia de encontrar a Cristo en todas las Escrituras. De hecho, Keller recomienda un libro de Clowney en Dioses que Fallan, uno titulado Christian Meditation. Por ello, el propósito de Keller siempre es que: “… las verdades del evangelio… conformen todo lo que sentimos y hacemos”, página 179. Keller presenta el evangelio de la salvación por la obra de la persona de Jesús en la cruz reiteradamente, de manera inusual a veces, pero siempre exhibiendo la suficiencia de la obra de Cristo. Así, por ejemplo, cuando nos cuenta la historia de Jacob en Peniel, relatada en Génesis 32:24-31, Keller se pregunta: “¿Cómo es que Jacob pudo acercarse tanto a Dios y no morir?”. Su respuesta es esta: “Fue porque Jesús se hizo débil y murió en la cruz para pagar el castigo por nuestro pecado”, páginas 168 y 169. Este enfoque cristocéntrico es un aspecto primordial en los libros de Keller y es lo que hace, en mi opinión, que sus libros sean tan oportunos.

Pero no es solo que Keller se refiera a la obra de Cristo, además, muestra magistralmente nuestra necesidad de ese evangelio, al explorar las motivaciones más oscuras que habitan en lo más profundo de nuestros corazones. “La idolatría”, dice también Keller, “no consiste solamente en no obedecer a Dios: es poner todo el corazón en algo aparte de Dios”, página 176. La solución que trae el evangelio, según el pastor de Manhattan, puede ser perfectamente resumida por una de las frases más impactantes del teólogo escocés Thomas Chalmers: el poder expulsivo de un nuevo afecto. Por medio de esta expresión, uno de los motores detrás de la creación de la Alianza Evangélica y gran amigo de William Wilberforce, enseñaba que solo un afecto más poderoso puede sustituir a otro. La idolatría es tan poderosa que solo Cristo mismo puede derrotarla. Ese es el testimonio de Pablo en Filipenses 3. Lo que explica la conversión de Pablo es que tuvo como pérdida todo lo que antes daba sentido a su vida por causa de “la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús”, versículo 8. Es un afecto nuevo el que libera a Pablo; el amor por Cristo reemplaza ahora a todo lo que había sido antes el centro de su vida. El poder para sustituir a lo que nos esclaviza reside exclusivamente en la cruz del Señor Jesús. Ese poder es nuestro por medio de una experiencia real y transformadora con el Cristo resucitado que nos da su propia justicia, “que es de Dios por la fe”, versículo 9. La conversión trae un cambio radical. Es el comienzo de una nueva vida que busca la semejanza con Cristo. Keller es bíblico y realista, y por ello sabe que ser como Cristo es la labor de toda una vida y que solo en la eternidad seremos perfectos. Por ello, en el último capítulo de su libro nos llama a concebir la vida cristiana como un camino de identificación y sustitución de los ídolos de nuestro corazón por una nueva y creciente relación con Cristo. Esta tiene como norte la adoración de Dios, que es el emblema que identifica al pueblo de Dios. Esa vida en Cristo usa como medios de gracia, entre otros, lo que se conoce como las disciplinas espirituales, “como la adoración privada, la adoración colectiva y la meditación”, pagina 179.

Estamos, pues, ante otra gran obra de Timothy Keller. Dioses que Fallan es un libro que nos examina y que nos revela el gran valor del evangelio de Dios. Sólo Cristo puede salvarnos del pecado y de las manos de los falsos dioses que siempre acabaran fallando. Sólo Jesús trae la única esperanza verdadera.

Artículo escrito por José Moreno Berrocal el domingo 6 de abril de 2014 para la editorial Andamio con motivo de la presentación en español del libro de Tim Keller titulado Dioses que Fallan.