El apóstol Pablo afirma también que: “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero”

Se acaba de estrenar en nuestros cines, concretamente el día 7, la película titulada “El León, la Bruja y el Armario”. Esta producción de Walt Disney está basada en el cuento del mismo nombre escrito por el autor británico C.S. Lewis en 1950. Lewis, nacido en 1898 y muerto en 1963, fue profesor de literatura medieval y renacentista en Cambridge. Convertido del ateísmo al cristianismo protestante, parte de su vida fue llevada al cine por Sir Richard Attenbourg en la película titulada “Tierras de Penumbra”. En esta, Anthony Hopkins interpreta el papel estelar de Lewis. Gran amigo de Tolkien, este declaró que había escrito “El Señor de los Anillos” para agradarle. C.S. Lewis se convirtió, a través de sus charlas y escritos, en uno de los mejores defensores de la fe cristiana de su época. Y aún hoy en día su influencia, lejos de disminuir, va en aumento. Sus libros no dejan de reeditarse en inglés y de publicarse en otros idiomas, entre ellos el nuestro. Entre todos sus textos, merecen destacarse sus historias para niños. Por cierto, historias tan atractivas para los niños, como para los adultos, como reconoce J.K. Rowling, la célebre autora de Harry Potter, ferviente admiradora de las historias de Lewis.

“El León, la Bruja y el Armario” es la segunda de una serie de siete historias para niños tituladas posteriormente “Las Crónicas de Narnia”. La última edición en castellano de esta serie (la primera es de Alfaguara) acaba de ser publicada por la Editorial Destino, con la excelente traducción de Gemma Gallart y las antiguas ilustraciones de Pauline Baynes. Sin duda alguna, la más famosa de todas, es la titulada “El León, la Bruja y el Armario”, que hace el número dos de la serie, pero que fue la primera que escribió Lewis. En esta se nos muestran las aventuras de cuatro hermanos, Peter, Susan, Edmund y Lucy en Narnia, mundo mágico habitado por animales que hablan e innumerables seres mitológicos de todo tipo. Todo comienza durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los cuatro hermanos son evacuados de Londres por causa de los bombardeos alemanes a los que fue sometida la ciudad. Traslados al campo, lejos de la gran urbe inglesa, vivirán en una gran mansión, perteneciente a un viejo profesor. Allí, y sin apenas darse cuenta, accederán, a través de un antiguo y peculiar armario, a Narnia. Narnia es un mundo muy especial (su creación se relata en el primer libro de la serie, “El Sobrino del Mago”) y muy atractivo pero, lamentablemente, se encuentra bajo el poder usurpador de la Bruja Blanca. Entre otras evidencias de esa tiranía, Peter, Susan, Edmund y Lucy, se darán cuenta de que en ¡Narnia siempre es invierno pero que no hay Navidad! Sin embargo, las cosas van a cambiar muy pronto. Un misterioso personaje, el creador y por tanto legítimo dueño de Narnia, el león Aslan, ha vuelto para reclamar sus derechos. Entre las pruebas de su regreso está el hecho de que Papa Noel ha venido también con sus regalos. ¡La Navidad regresa nuevamente a Narnia! Vuelven los regalos y los banquetes a Narnia ¡porque Aslan ha regresado al mundo que creó!

Esta identificación entre el regreso de Aslan a Narnia y la Navidad no es casual. Por medio de esta historia, Lewis estaba transmitiendo un poderoso mensaje espiritual. Y es que Aslan aparece claramente en la historia como una imagen de Jesucristo, el Hijo de Dios. El regreso de Aslan a Narnia pretende recordarnos la venida del Hijo de Dios al mundo, en lo que llamamos la encarnación de Jesucristo, la Navidad. Por cierto, existe un error muy común entre la gente con respecto a la Navidad. Consiste en pensar que con su nacimiento, como ocurrió con el nacimiento de cualquiera de nosotros, comienza la vida de Jesucristo. Pero esto es ignorar u olvidar el hecho de que Jesucristo no es un mero mortal sino que es el Hijo de Dios mismo. Por eso Juan nos dice que el Verbo, el Hijo de Dios, estaba con Dios en el principio, que este Verbo es Dios mismo, y que este Verbo “fue hecho carne y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre) lleno de gracia y de verdad” (Evangelio de Juan 1:14). Por eso, el apóstol Pablo afirma también que: “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (1ª Epístola a Timoteo 1:15). Es decir, el nacimiento de Jesucristo presenta grandes diferencias con el nuestro. El suyo fue especial en el sentido de que un Ser divino preexistente “vino al mundo”. Aquí asumió una perfecta forma humana, comenzado así un nuevo modo de existencia como una sola persona, pero con dos naturalezas, la humana y la divina. Estamos ante un gran misterio, el misterio de la encarnación. Pero un misterio que encerraba el gran propósito de Dios, acabar con los desmanes del diablo. Precisamente para esto vino Jesucristo al mundo, para acabar con el poder de Lucifer. Como dice el Apóstol Juan: “Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo” (1ª Epístola de Juan 3:8). La Navidad es, pues, la celebración de la venida del Hijo de Dios al mundo para derrotar al diablo.

Pero la llegada de Aslan a Narnia no pone, de por sí, fin a la dictadura de la Bruja Blanca. Se necesita algo más. Lewis nos enseña magistralmente, y en perfecta armonía con la Biblia, que la liberación de Narnia del poder de la Bruja no acontecerá solamente por la vuelta de Aslan a Narnia. Es igualmente necesario que Aslan muera; que Aslan, inocente y puro, muera, particularmente, en lugar de Edmund, para así librarle de las consecuencias de su propio pecado y traición. Y es que el Hijo de Dios no solamente vino al mundo; vino al mundo para morir en lugar de los pecadores y liberarnos así de nuestra merecida culpa y condenación. Como afirma el apóstol Pedro: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injusto, para llevarnos a Dios” (1ª Epístola de Pedro 3:18). Y es en esa muerte del Hijo de Dios que todos los que creemos en Él encontramos el perdón de nuestros pecados y la vida eterna. Por ello se nos dice en el Nuevo Testamento que “por cuanto los hijos participaron de carne y de sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Epístola a los Hebreos 2:14). La historia de “El León, la Bruja y el Armario” es, pues, una ilustración más de la verdadera Historia de la Redención. Una imagen de la obra de Aquél que por medio de sacrificio de sí mismo es el único que puede salvarnos del pecado y de sus consecuencias. Por medio de esta cautivadora historia, y apelando a nuestra imaginación, Lewis busca despertarnos a las verdaderas realidades espirituales, con respecto a las cuales estamos normalmente dormidos, a saber, la existencia de un mundo espiritual, de una batalla entre Dios y Satanás y de la decisiva victoria del Hijo de Dios sobre todos sus enemigos. Una victoria que comenzó con su venida al mundo y que culminó en su muerte en el Calvario; muerte cuya efectividad y valor quedaron establecidas por la gloriosa resurrección de Jesucristo de entre los muertos. La muerte, al igual que no pudo retener a Aslan, tampoco podía retener en su seno a Jesucristo. El inocente resucita y vence así al maligno. Al igual que Aslan será, después de su resurrección, el que ponga fin al imperio tenebroso de la Bruja Blanca, representación clara del usurpador de este mundo, Satanás, así también Jesucristo será el que ponga punto y final a las malvadas obras del príncipe de las tinieblas. Para eso volvió a Narnia Aslan, para instaurar allí la justicia y salvar a los esclavizados por la Bruja Blanca. Para esto vino Jesucristo al mundo para establecer un mundo nuevo en el que reina la justicia.

Demos, pues, gracias a Dios porque en nuestra tierra tenemos una Navidad que celebrar. Que hay buenas noticias para el hombre, que hay un Salvador que nos soltará de nuestras cadenas y grilletes espirituales. Celebrar la Navidad es, pues, el reconocimiento gozoso de la venida de Jesús al mundo. La Navidad es una alegre aceptación de que no lo que he hecho yo puede salvarme a mí, sino que es precisamente lo que Dios ha hecho por nosotros en Jesucristo lo que nos proporciona paz delante de Dios. Celebrar la Navidad es, pues, reconocer nuestro pecado y traición contra Dios, pero es también reconocer que Jesucristo, por medio de su muerte, nos ha librado del pecado y de sus consecuencias. Y al resucitar de los muertos, Jesús demostró que el pecado y Satanás han sido vencidos y que la victoria es de aquellos que descansan y confían en Él. ¿En quién descansas para tu salvación? Reposa, pues, en el Hijo de Dios y celebra de esa manera la Navidad.

Artículo escrito por José Moreno Berrocal y publicado originalmente en el periódico "Canfali" el viernes 23 de diciembre de 2005.